Eran ya principios de junio, ya el verano azotaba con su
calor a toda la región de la reserva. Los días eran hermosos, mi madre le había
armado una pequeña pileta a mi hermano. Ese niño que hace cuatro meces yo había
encontrado en los brazos de un dragón el día de mi cumpleaños.
Mire por la ventana de mi habitación, y allí estaban. Mi
padre tirado en una lona disfrutando de su domingo libre, y mi madre al borde
de la pileta, bañaba a ese niño de apenas 4 mes
es. Todo era felicidad para
ellos. Yo los observaba a través del cristal de mi habitación en la planta de
arriba. Para mí todo era frio en ese momento, un frio interno habitaba en mí.
Algo que hacía que no quiera estar con nadie, dudaba de todos, algo me iba a
pasar. Alguien me quería hacer mal y estaba seguro de que el culpable era esa
pequeña criatura que mi madre sostenía en brazos.
Ellos hace tiempo que no me prestaban atención, yo les
insistía que algo malo traía el niño, pero ellos no oían y lo único que hacían
era castigarme y mirarme como si fuera una amenaza para el pequeño. Yo ya había
intentado deshacerme del niño. Intente mandarlo por correo en una caja a un
hogar de huérfanos, intente devolvérselo al dragón para que se lo quedara. Pero
no daba resultado, mis padres me descubrían y me castigaban cada vez que hacia
algo para sacarlo de encima.
Yo notaba el temor en la cara de mi madre, ella sabía que
algo malo me estaba pasando, pero no decía nada. Había momentos en los que me
convencía de que nada pasaba. Podía estar con mi familia y pasar el rato con
Filius. Tocar el piano con mi madre y aprender de las lecciones. Bañarme en el
lago con mi padre y pasar un rato feliz. Pero de pronto todo cambiaba, y no
importaba el lugar ni el momento, yo no me sentía seguro.
Ese día, había caminado un kilómetro hacia el este de mi
casa y había dejado al niño metido dentro de una caja en el medio del campo
abierto. Por desgracia (o suerte), Charlie Weasley, me vio en acción y me llevo
de la oreja hasta mi casa. Para ese momento mi padre ya había dado órdenes a
todos los que vivían en la reserva, de que si me veían por allí en algo sospechoso,
me agarraran de las orejas y me llevaran directo a la casa. Y eso es lo que
hizo exactamente. Él andaba por allí tomando algunas notas de unas
investigaciones que estaba haciendo y me encontró. Me llevo hasta casa y espero
a que mi madre respondiera al llamado de la puerta. Saludo con una sonrisa y me
entregó a ella.
Apenas se cerró la puerta, vi la cara de pánico de mi madre
quien se fue a paso rápido a la cocina, dejando en manos de mi padre el castigo.
El me llevo hasta mi habitación mientras yo tiraba patadas para todos lados con
la intención de resistirme.
-Te quedas aquí muchachito.- dijo antes de cerrar de un
portazo.
Y aquí estaba yo, metido en mi cuarto desde la mañana
mientras ellos afuera disfrutaban del hermoso día. El hecho es que tampoco me
hubiera gustado esta allí. Quería estar solo…
De repente capte algunas palabras desde afuera, algo en la conversación
de mis padres que me llamo la atención.
-Ya me está
preocupando su comportamiento, Bastiaan –decía mi madre con un tono débil.
-Lo sé, Alana, pero. ¿Qué
sugieres que hagamos? –preguntaba mi padre mirándola de reojo.
-No lo sé, pero esto
tiene que parar. No lo podemos castigar todos los días, no es común –Respondía
mi madre.
Mi padre hacia un gesto negativo con la cabeza. –Nunca lo había visto así. Esa paranoia no es
propia de él, o eso creía yo.-
-Claro que no es propia
de él. Nunca se comporto así, a veces pareciera que es otra persona. –Escuche
decir a mi madre.
-Sí, hay veces
que no es él –secundo mi padre. –Tu
crees que debiéramos llevarlo a San Mungo, para ver si tienen alguna idea de
que le pasa.
-Tu crees, Bastiaan? -Preguntaba mi madre y su cara se transformaba. -¿Tu crees que puede ser algo medico, y no algo que nosotros estemos haciendo mal?.
-Mira, no estoy seguro, pero esto tiene pinta de ser algo de adentro de el. Porque esta siendo dos personas completamente distintas al mismo tiempo- decía mi padre con un tono severo.
- Entonces sera mejor que ya mande una carta a San Mungo para pedir que lo atienda un especialista- Decía mi madre y se paraba con el niño para entrar a la casa.
"Paranoia", "es otra persona", "algo adentro de el", "dos personas al mismo tiempo".
Esas daban vueltas en mi cabeza, no dije nada a mis padres para no armar escándalo y porque ademas estaba seguro de que no sabían de que los había oído.
Pero, que sucedía si mi padre tenia razón, que pasaba si yo tenia alguien mas, alguien malo adentro mio. Lo mejor seria que no me acercara a nadie. Sabia que era pequeño para tomar una decisión así, pero no me quedaba otra, debía irme de la casa...
Categories:
Adrian Popp
,
Diario