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      Había llegado el día. Ese día que había esperado por todo un año, el día más feliz para cualquier niño. Ya completaba los dedos de una mano para decir mi edad. Pero para mí no solo era ese el motivo de felicidad. Mi padre había prometido que el día que cumpliera cinco años me llevaría por primera vez a ver un dragón de cerca.

      Me desperté con el sonido del viento y la nieve azotando mi ventana. Estábamos en mitad del invierno. Era muy temprano, la casa todavía estaba en silencio. Me levante rápidamente y corrí a la habitación de mis padres. Trepe sobre su cama y comencé a dar saltos entre ellos.
 -Es el día, es el día…es hoy, es hoy, es hoy- gritaba en canticos.
      Mi padre seguía roncando sin sentirme siquiera, pero mi madre abrió los ojos y me miro con una sonrisa.
Feliz Cumple mi niño- dijo.
Se sentó sobre
la cama y agarrándome de una mano, hizo que me sentara sobre su falda.
¿Mami hoy papa me llevara con los dragones, verdad?- pregunté con una sonrisa de oreja a oreja.
      Ella me miro con su hermosa sonrisa que todo iluminaba para mí y me apretó sobre su pecho maternalmente.
Eso lo tendrás que hablar con tu padre- dijo con voz firme, ya que no le agradaba mucho la idea.
- ¿Y qué querrá mi niño hoy para desayunar?-   dijo luego con su suave voz.
– Sorpréndeme – dije sonriendo de lado
      Ella rio felizmente, sabiendo que esa sería mi respuesta. Se levanto de la cama y bajo a la cocina.
      Me quede sentado en la cama mirando a mi padre impaciente porque despertara. Me tire sobre él, y comencé a jugar con sus mejillas y sus parpados intentando que despertara. Finalmente abrió los ojos y me miro con una sonrisa.
-Feliz cumpleaños, Adrian- dijo y me agarro de los hombros para luego darme un fuerte abrazo.
-Papa, recuerdas que me dijiste que hoy me llevarías con los dragones, ¿no? – Dije levantándole una ceja y apuntándolo con el dedo.
-Me sacaras un ojo, niño- dijo riendo mientras me agarraba el dedo.
-¿Pero me llevaras?- pregunte haciendo un falso puchero.
-Claro que lo hare, soy un hombre de palabra.- dijo enérgico. – Y así es como debes ser tú también en tu vida-
      El olor a comida ya había llegado a la habitación. Tentado por ese fabuloso aroma que tanto me gustaba, salte de la cama y baje corriendo las escaleras, hasta llegar a la mesa. Me senté sobre una silla y mire a mi madre. Ella ya estaba allí, tan elegante como siempre, bien peinada y con su bata roja. No importaba que llegara, esa mujer había nacido con la elegancia en la sangre. Su forma de hablar, su forma de caminar, todo hacia que la sala se ilumine con un brillo de grandeza. Era una mujer hermosa, con su cabello rubio y sus ojos color azul como el mar, siempre me había parecido la mujer mas linda del universo, pero claro era mi madre.
-Con que me deleitaras hoy- dije poniendo voz de adulto.
-Waffles de chocolate, con crema- dijo mi madre poniéndome un plato con muchos de ellos adelante.
-Tú sí que me conoces, mujer- dije sonriendo, imitando una frase que mi padre siempre le decía.
      Mi padre bajo cambiado, ya con sus vaqueros habituales y su campera de trabajo en la mano. La dejo en el respaldo de la silla y se sentó a desayunar con nosotros. El por el contrario a mi madre, era un hombre simple y desarreglado. Siempre llevaba su cabello castaño alborotado y su camisa fuera del pantalón, cosa que a mi madre aprecia disgustarle porque siempre lo acomodaba. Lo único que tenían en común a mi parecer a esa edad, eran esos ojos de tan distinguido color. Ese color que yo mismo había heredado.
-Terminas y subes a cambiarte así vamos a conocer al dragón- dijo mi padre sonriendo.
      Luego de terminar subí a cambiarme y abrigarme para salir de casa. Finalmente mi padre me llevaría a ver un dragón, y eso me volvía loco de alegría.
      Despedimos a mi madre y salimos colina abajo hasta un lugar en el que dos colinas formaban algo parecido a un valle, en el que a lo lejos divise una cueva. Mi padre me agarro de la mano y me comenzó a llevar hacia el lado de la cueva. A medida que nos acercábamos, pude distinguir la figura de un monstruo recostado en el suelo, echándose una siesta. Mi padre me freno y comenzó a explicarme lo que vería. Me dijo que era un Gales verde hembra que ya estaba muy anciana así que no representaba peligro. Calcule que de otra manera no me hubiese llevado.
-No te hará nada si quieres acercarte – dijo –pero procura no despertarla de golpe-.
      Mi ansiedad aumentaba a medida que nos acercábamos. La escarcha y el hielo se escuchaban bajo mis botas, cada vez que daba un paso. Distinguir ya con exactitud la forma del dragón, y la cantidad de huesos de oveja que había a los costados, que por lo que tenía entendido eran restos de su comida.  
Todo marchaba a la perfección, nos acercamos y el dragón ni se mosqueo. Yo me aventure a acercarme un poco más, y fue ese el momento en que mi vida cambio.
       Al acercarme, pude ver entre las enormes garras del dragón un bulto rojo. Era una especie de manta que cubría algo. Esto me llamo la atención y rápidamente llame a mi padre con una seña.
-Papa – susurré  –debes ver esto, aquí hay algo que creo que no le pertenece -
      El se acerco rápidamente y me indico que me alejara. Saco con cuidado el bulto, y se alejo del dragón para inspeccionarlo.
      Yo estaba lejos de él, pero en el momento que mi padre corrió la manta, pude ver la cabeza de un niño recién nacido. El rostro de mi padre cambio por completo y con una mirada severa comenzó a caminar de regreso hacia la casa. Yo lo seguí, pero él no dijo nada en el camino. Yo tampoco lo hice, ya que sabía que en ese momento mi día de cumpleaños había terminado. Encontrar algo así no era nada común.
      Fue así como en ese cumpleaños recibí, el mejor regalo que la vida me ha otorgado, un pequeño hermano, llamado Filius Draconum, es decir hijo de dragones.
      El logro sacar lo mejor de mí, pero lamentable mente también hizo que aflorara lo peor…

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