- ¡Johnny! ¡Johnny! ¿Todavía durmiendo, tunante?
Los gritos de su madre le despertaron. Tumbado en la cama boca abajo, notó una humedad cálida en la cara; tenía la boca abierta y un reguero de saliva en la almohada y la mejilla, que se limpió con asco. Su madre le miraba desde la puerta, con la expresión propia de un basilisco.
-Míralo, ¡qué futuro tendrá! ¡Son las diez de la mañana! ¡Levántate ya, vago! - entró la señora en la habitación como un huracán, y abrió la persiana de un tirón. No era especialmente alta ni especialmente fornida, pero parecía tener la fuerza de un gigante.- ¡Baja a desayunar, que tienes que limpiar el jardín! ¡Y ponte ropa limpia! Parece mentira que seas hijo de tu padre, con lo pulcro que era... -salió de la habitación, aún protestando.
Johnny había oído la misma perorata cada mañana de aquél verano, su verano número dieciocho. No había pasado un momento sin escuchar un reproche o una orden de su madre, aunque no por ello le hacía más caso. Nunca había sido un chico rebelde, eso no estaba en su naturaleza, pero tampoco lo estaba sorportar órdenes de nadie. Simplemente hizo oídos sordos y obedeció como si la regañina no fuera con él. Bajó los pies largos y delgados de la cama, casi se pisó el pantalón a rayas blancas y azules que llevaba fondón, y como un muerto viviente se arrastró hasta el baño, saliendo de su cuarto a la izquierda. Se plantó frente al espejo, se atusó el pelo castaño sin mucho ordenarlo y se frotó los ojos, pequeños y azules. No era un chico especialmente guapo y lo sabía, pero tampoco le importaba mucho. Volvió a su cuarto, cogió un vaquero gastado y viejo, una camiseta cualquiera y salió a la escalera vistiéndose. Apenas pisó el enlosado de la cocina, otro grito:
- ¡Pero ponte zapatos! ¡Te vas a resfriar!
- Mamá, que es verano, tengo calor... -cogió un paquete de cereales y un bol de una balda en la pared. Chocolate Crunchy's. No podía recordar un día de su vida sin comerlos.
- Claro, y por éso vas con ésos pantalones rajados... para que te entre fresco, ¿no?-observó su madre, con la vista clavada en la pernera destrozada del vaquero que dejaba ver una huesuda y nudosa rodilla.
- Son los que más me gustan. -protestó. Se sirvió medio bol de cereales y luego buscó en la nevera.- ¿Y la leche?
- En su sitio. -dijo su madre, de camino al salón con una cesta vacía. Johnny se preguntó a sí mismo que quién le mandaría preguntar. Volvió a mirar y dio gracias de no haber llamado a su madre para que le buscara la leche. Justo frente a él estaba la botella. Apenas había empezado a comer cuando entró su madre con la cesta hasta arriba de ropa.
-¡Ésa camisa iba a ponérmela ésta noche! -protestó de nuevo, viendo la prenda en la cesta.
- ¡Si puede salir andando sola, John! - su madre empezó a meter las prendas en la lavadora.- Me voy ahora a la tienda a comprar unas cosas. Cuando vuelva quiero que ése jardín esté limpio.
- Sí... - contestó con fastidio. Llegar a la adultez no le había gustado, le exigían más que nunca y le ofrecían menos que nada. Obligaciones, obligaciones y más obligaciones. ¿Y cuándo tendría tiempo para él? Aún le gustaba esconderse en la casa de árbol que le construyó su padre, aunque ya no jugara, sino que se dedicara a mirar al infinito sin nada mejor que hacer. Odiaba cada tarea que le asignaba su madre, y aunque era un chico listo y no le molestaba ir a clase, odiaba aún más todas y cada una de las tareas que le mandaban en el instituto. Terminó de desayunar justo cuando su madre cogía las llaves y se iba. Un seco portazo le indicó que estaba solo. Dejó los cacharros donde estaban, y salió al jardín. O eso quiso.
Parado en la puerta, miró con curiosidad a lo lejos. En la casa detrás de la suya siempre había vivido la misma familia, un matrimonio con dos hijas. La mayor se casó y volvía poco al hogar; de la pequeña sólo sabía que estudiaba fuera. La recordaba como una niña rara, que le gustaba jugar a tomar el te con los peluches sentados a la mesa. "Era pelirroja, ¿no? ¿O era rubia?" cavilaba para sí. Sus pensamientos se dirigían en ése sentido porque acababa de ver media cabeza asomando tras la alta valla de madera que separaba las dos casas, y no era ni tan oscura como la de la madre ni tan alta como la del padre.
-¿Hola? - preguntó, en voz alta, caminando hasta la valla. Una risita.
- ¿Quién eres? - se acercó a la valla hasta quedar a un paso de ella, aunque apenas había andado siete pasos desde su casa. El jardín era más bien pequeño.
- ¿Quién eres tú? - contestó una chica. La valla le tapaba hasta la nariz, dejando sólo a la vista unos grandes ojos claros y un pelo trigueño, mientras a él ella podía verle toda la cara y casi hasta la unión del torso y el cuello.
- El que vive aquí.- respondió, entre airado y confuso.
- Y yo la que vive aquí.
- Nunca te había visto.
- Porque nunca estoy. Estudio fuera.
- Ah, tu eres la rarita hija de los Bach, ¿no? En el instituto dicen que vas a un colegio para superdotados.
- ¿Rarita? - la expresión de los ojos cambió a enfado, haciendo una ligera uve con sus cejas.
- Bueno, ya sabes... Por lo de tu colegio, no te estoy llamando friki ni nada así... - Johnny se azoró. No quería ofenderla, pero era un poco impulsivo.
- Piensa lo que quieras. - dijo, dando por terminada la conversación. Murmuró, girándose: - Muggle tenía que ser ...
- ¡Eh! ¿Qué me has llamado? - trató de reproducir mentalmente la palabra. "Magil, magle, magael... no, así no era..."
- ¡Muggle, te he llamado muggle! Significa que eres medio tonto.
- ¿Cómo? Oye niña, yo... - se apoyó en la valla, la ganó de un salto y cruzó al jardín vecino, mirando al suelo para no partirse algo.- Yo no soy tonto, bonita, en todo caso tu... -miró a la chica, no pudo acabar la frase. Llevaba el pelo largo y suelto, cayendo a los lados del rostro, un pantalón vaquero casi tan destrozado como el suyo, y una camiseta de tirantes de colores chillones. Un gran colgante con el símbolo de la paz brillaba en un cordón de cuero, casi a la altura de su estómago. Parecía que la chica también había suspendido sus labores domésticas, porque a unos pasos había un cortacesped manual apoyado en un pequeño árbol joven.
- Bo-bonito colgante. -balbució Johnny.
- Oh, eh, gracias... -la chica era bastante menuda, apenas le llegaba al hombro. - ... Me llamo Grace.
- Yo soy Jo... - rectificó antes de terminar, carraspeó. - John. John Lupin. Es un placer conocerte... Grace.