Dieciocho primaveras... Dieciocho años... Doscientos dieciséis meses;
seis mil seiscientos veintiún días marcados en mi calendario;
ciento cincuenta y ocho mil novecientas cuatro horas congeladas en el
reloj; nueve millones quinientos treinta y cuatro mil doscientos
cuarenta minutos perdidos en el tiempo; quinientos setenta y dos
millones cincuenta y cuatro mil cuatrocientos segundos corriendo a
compás de mi latido...
Ese es el tiempo que marca mi existencia. Ese es el tiempo que, por ti, tengo.
Madre,
a ti te debo la sangre que corre por mis venas, el aire que me mantiene
con vida, el palpitar que sostiene el tiempo de mi vida en ese reloj
que, una vez, me dijiste que controlaba todo.
No sé cuántos "te quiero" me he dejado en el camino, madre, pero sabes que eres la dueña de muchos de ellos.
Cada
noche antes de dormir o cada mañana al despertar, le escribo una carta a
papá para contarle todo lo que se ha perdido de mi vida. Mamá, me
gustaría haber podido compartir todo con las dos personas que me dieron
un nombre, un lugar en este mundo, una vida...
No sé si estoy
haciendo bien en este cruel universo colmado de penurias y dolor, no sé
si estoy siguiendo tus pasos... tan siquiera sé si sé algo, pues ya he
errado muchas veces y aún tengo demasiado orgullo para lograr llegar a
rendirme, pero si de algo estoy segura, es que de lo que más orgullo
siento es de ser tu hija.
Recuerdo cada día a tu lado
cuando nuestra vida era un reino de felicidad; recuerdo cada una de tus
sonrisas y ese hermoso brillo en tus ojos; recuerdo tu elegancia y tu
altivo caminar; recuerdo que te veía capaz de todo lo que estuviera en
tu mano por tal de protegernos, pero también recuerdo que todo eso se
evaporó como lo hace una estrella fugaz al perderse en el firmamento.
Madre,
quiero verte sonreír porque tu sonrisa me da felicidad, amparo,
protección, calma... y me hace recordar quien eras entonces, quien
fuiste no hace mucho tiempo, quien eres...
Por todas
esas cosas que te debo, por las que me has brindado, por las que vendrán
tarde o temprano, por darme el tiempo de mi tiempo, hoy te juro
eternidad a tu lado y amor imperecedero e incondicional. Y, aunque
camine sola, nunca soltaré tu mano, madre.
Siempre estaré a tu lado...
Hoy
he vuelto a entender que jamás volverán aquellos días que quedaron en el
ayer, aquellos sueños que olvidaron nacer, aquellas palabras mudas que
murieron sin pronunciarse, aquellos abrazos que se olvidaron en la laxitud de nuestros brazos, aquellas lágrimas que se ahogaron
en nuestras gargantas... y he vuelto a entender una vez más que, lo que
queda atrás, nunca volverá... y que papá no se equivocaba nunca, que
por eso me decía con una sonrisa, palabras serenas y voz queda: Carpe Diem.
Madre... jamás olvidaré todo lo que tengo por ti, pues lo que se da no puede ser olvidado ni nunca abandonado.
Categories:
Alhena Dabney
,
Especiales