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El Callejón Diagón. Ese era el destino, el lugar al que debía acudir aquel día. Recuerdo haber despertado con una sonrisa en los labios y la ilusión latiendo en mí. Conocía esa sensación. Muchas veces había sentido ya la emoción de la incertidumbre y el deseo que producen la espera de lo que llevas tanto tiempo ansiando. Como cuando un niño anhela abrir un regalo en la mañana de una Navidad tras la inquietud y el desasosiego de la noche anterior.
Me levanté de la cama con torpeza a causa del ímpetu que me empujaba. Recuerdo haber salido lo más rápido que mis pies me permitieron al encuentro con mis padres. Esa mañana daría comienzo lo que sería mi vida en el hogar que tanto había soñado cada vez que ellos me contaban las historias allí acontecidas. Si para ellos fue especial, para mí también lo sería. Y no me equivoqué...

Cuando me adentré en la silenciosa tienda sosteniendo la mano de mi madre, me di cuenta de que jamás olvidaría ese día y que sería a partir de entonces cuando podría sentir la magia al empuñar la que se convertiría en mi varita.
Todo cuanto veía a mi alrededor se me antojaba un paraíso remoto. Se parecía a los lugares a los que viajaba en mis libros, en esas historias que mi madre me relataba antes de ir a acostar. Pero no era uno de esos lugares, no estaba soñando y no era producto de mi imaginación. Mis pies pisaban su suelo y todo era real. Tan real como la maternal fuerza que me envolvía al sujetar la mano de mi madre y la seguridad paternal que me brindaba mi padre a mi espalda.
Una voz quebró el silencio y disipó mis pensamientos. Al otro lado del mostrador, un anciano de blancos cabellos y rostro surcado por gruesas arrugas, salió de la trastienda tras saludar a mis padres.

Fruncí el ceño, tan confundido como maravillado: ¿cómo podía saber nuestro apellido?. Mi padre pareció adivinar mis pensamientos cuando se volvió con una cariñosa sonrisa y me refirió que el señor Ollivander jamás olvida una varita de las que vende.
De nuevo, pude sentir la maravillosa sensación que inunda el ser de quien sonríe casi sin darse cuenta. -¿Una varita para el señor, tal vez? -preguntó con grave voz el anciano señor, sabiendo la respuesta a esa pregunta.
-Exacto, señor Ollivander, el pequeño de la casa ya se nos ha hecho mayor...- comentó mi padre revolviendo mi alborotado cabello. Pude sentir la marca de la emoción en su voz cuando esta se hizo aguda al hablar y, confirmé mi pensamiento cuando distinguí el brillo de sus ojos al ser tocados por la tenue luz. Mi madre se mantenía en silencio, pero la dulce sonrisa que me dedicó cuando mi mirada se cruzó con la suya, hablaba más que cualquier palabra.

-Bien, pues, no hay nada más que hablar- dijo el señor Ollivander chocando sus manos para enlazar sus dedos, haciendo que una palmada resonara en el lugar. Giró sobre sus talones y rebuscó por las numerosas varitas entre murmullos y estanterías repletas de cajas polvorientas, algunas demasiado viejas y otras más nuevas, pero en todas se podía ver el paso del tiempo. Yo, observaba todo con asombro y curiosidad. Ansiaba el momento en que la varita me eligiera, y no dudaba en que ese momento, jamás sería olvidado.
Alargó el brazo hasta asir una caja verde y negra, que se hallaba dos estanterías más arriba de lo que su estatura le permitía y, con ella en la mano, se detuvo tras el mostrador y destapó la caja: -Castaño, nervios de corazón de dragón, veinticinco centímetros...-dijo el señor Ollivander mientras acariciaba la varita a medida que decía cada característica: -... rígida.- Me la tendió sosteniéndola por la punta y yo alargué mi mano hasta rodear su mango. Solo bastó la instadora mirada del tendero para que agitara la varita con un golpe seco y fuerte a causa de la torpeza de mi inexperiencia, sin pensar en nada. Un estallido se produjo en la estancia y miré hacia donde provenía, dándome cuenta de que había hecho añicos lo que, hasta hace apenas unos instantes, parecía un objeto decorativo.

El hombre miró hacia allí y yo me quedé en silencio, con la varita en la mano, sin saber qué hacer. La sostuve con nerviosismo y humedecí mis labios antes de mirar a mis padres, que permanecían callados, a mi lado. Mi madre me dedicó una tranquilizadora mirada y me sentí aliviado.
-Démela, muchacho... -dijo el señor Ollivander con tono amable que casi parecía fingido, pues un gesto de desazón se podía distinguir en su rostro. Me refirió después que esa no era mi varita. Volvió a rebuscar entre los estantes y tomó otra caja. La abrió en sus manos, algo temblorosas, mientras se acercaba de nuevo a mí. Me la tendió y la alcancé. La sostuve con cautela, temeroso de volver a romper algo y escuché con atención cada una de sus palabras pronunciadas con lentitud: -Ciprés; treinta centímetros: también, núcleo de nervios de corazón de dragón. Rigida...
Tras una breve pausa, me dijo que era una varita muy compleja, que era fuerte y poderosa y que encuentran a sus almas gemelas entre los valerosos, los osados y los que se sacrifican por los demás: los que no le tienen miedo a enfrentarse a las sombras oscuras de su naturaleza y de otros.

Bajo la atenta mirada de mis padres, tomé aire y me dispuse a agitar la varita con más seguridad que antes pero, nuevamente, esa no me pertenecía, pues había causado el desorden de toda la tienda con el brusco movimiento.
Esa vez fui yo quien le tendió la varita al señor Ollivander, mientras una sonrisa se dibujaba en mis labios. Intentaba disimular mi inquietud a la vez que pretendía parecer amable y quitar importancia al alboroto causado por mí, sin haberlo hecho a conciencia.
Recuerdo la jovial risa de mi madre cuando el hombre desapareció de nuestra vista al adentrarse en la trastienda; la mirada apaciguadora de mi padre cuando sus ojos azules viajaron hasta los míos... Me sentía el niño más dichoso sobre la faz de la tierra, pero no lo era, pues muchos de los que empezarían su vida en el mundo de la magia, sentirían lo mismo que yo.

El tintinar del adorno que pendía sobre la puerta, me alertó de la llegada de alguien más. Un niño vestido con humildes ropas entró a la tienda acompañado de una mujer que me hizo pensar que era su madre.
Otro niño con quimeras e ilusiones que jamás olvidaría este día, al igual que yo...
El señor Ollivander regresó otra vez: -Señora Castle, buenos días. -Dijo a la vez que me daba la nueva varita:
-Avellano, treinta y dos centímetros y medio, núcleo de nervios de corazón de dragón, rígida... -Permanecía atento a sus palabras y, después, la tomé con sutileza. Su mango tenía delicados grabados que serpenteaban hasta el final de este enlazándose cual si fueran finas y frágiles serpientes dependientes la una de la otra. Parecía un nudo, un nudo que se me antojaba imposible de deshacer. Su núcleo también era de nervios de corazón de dragón y, su madera, rígida al igual que todas las que me había mostrado.

Sentí una extraña sensación al empuñar esa varita. Algo la hacía diferente, algo la volvía especial y única. Un sutil cosquilleo recorrió mi mano y una rara seguridad se apoderó de mí. Parecía como si hubiera conocido la sensación de portar una varita desde siempre.
El señor Ollivander asintió y empezó a hablar: -Sí... Esa sí... En cuanto vi que las demás eran rechazadas, supe que esta tenía que ser la tuya... La madera de avellano refleja a menudo el estado emocional de su dueño y funciona muy bien con un portador que sepa comprender y dominar sus propios sentimientos. Es capaz de producir magia excepcional en las manos de los habilidosos y está tan dedicada a su dueño que a menudo se "marchita" al final de su vida... Esto quiere decir que la varita expulsa toda su magia y se niega a trabajar. A menudo es necesario extraer el centro e insertarlo en otra varita, si el mago o la bruja aún la necesitan. Sin embargo, al tener un núcleo de nervios de corazón de dragón, es más difícil que eso ocurriera. Las varitas de avellano también tienen la habilidad de detectar agua bajo tierra y soltarán pequeñas nubes de humo en forma de lágrima de color plateado si se pasa por encima de manantiales o pozos escondidos.
Esta varita es difícil de manejar por un mago o bruja que pierda los estribos o sufran una seria decepción, pues absorberá toda la energía de su amo y la dejará salir de forma impredecible...

Gracias también a su núcleo de nervios de corazón de dragón, es muy poderosa, y más si añadimos el avellano y la rigidez de su madera. Podrás realizar encantamientos muy llamativos...- Alzó el dedo a modo de advertencia: -Tienden a aprender rápido, pero, también se acostumbran con avidez a otro dueño...

Hacía ya rato que asentía a cada palabra, pero apenas me daba cuenta de si las escuchaba o solo se mostraban ante mí en una especie de bailoteo mágico que calaría tan pronto en mi pensamiento que apenas hacía falta escucharlo.
Me sentía orgulloso de ese momento que, aunque breve y carente de importancia para muchos, para mí daba comienzo a algo muy importante.
Tras realizar el pago, recuerdo haber salido de la tienda agarrado a las manos de mis padres y con la sensación de que, ese día, comenzaría a vivir lo que sería mi vida.
-Tienes corazón de dragón, pequeño... -comentó mi madre antes de dejar un cálido beso en mi cabeza. Me pregunté por qué lo decía, pero luego advertí que, cada una de las varitas que el señor Ollivander me había mostrado, poseían núcleo de nervios de corazón de dragón...
-Ahora sé por qué eres tan valiente y por qué te gustan tanto esas historias... -Para mí no había palabras más bellas que las que podía escuchar de labios de mis padres y, tal vez por eso, supe hallar el sentido de todo ello más allá de los pasos a lo desconocido, en un futuro no tan lejano.

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