Ella me acompañó mientras mi padre compraba los libros y el resto del material. Era ella quien debía venir conmigo a ese momento tan importante de la vida de un mago, ya que ella no lo era. Sí, mi madre no es bruja, pero yo había decidido que debía compartir con ella ese momento especial. Al llegar a esa puerta, me miró, y me susurró al oído: “¿Crees que yo también pueda sentir algo?”. La miré a los ojos y asentí.
Empujé la puerta y entré, seguida de mi madre, intentando acostumbrar mis ojos a la penumbra de la tienda. Un carraspeo me sobresaltó, y conseguí al fin vislumbrar al fabricante de varitas, el renombrado Ollivander.
-Acércate, deja que te vea.
Me acerqué y observé sus manos, las artífices de su profesión, y sus ojos, cansados a lo largo de los años. Pero antes de poder pensar nada, mi madre me tomó de la mano y me acercó a él.
-Humm, veamos... veo en tus ojos un poder que con la varita adecuada podrá salir a la luz.
Rebuscó en los estantes, entre las cajas apiladas que llenaban las paredes de la tienda.
Al fin sacó una, bajó la escalera y me tendió la varita. Yo la cogí, sin saber muy bien qué hacer. Mi madre me miró con ojos expectantes, pero nada sucedió.
-Nada, trae esa. -Me quitó la varita de las manos y la dejó en el mostrador- Buscaré otra... -Después de unos segundos regresó- Quizá esta sirva.
Tomé la varita en mis dedos, esperando que algo, no sabía el qué, ocurriera. Pero no hubo suerte por esta vez. No me había elegido. Le devolví la varita, algo desilusionada. Mi madre me miraba con esos ojos que decían: “Ten paciencia, pronto llegará”.
-Cree que... ¿que alguna me elija? -Pregunté torpemente-
-¡Claro! Cada varita está esperando que llegue su mago. Y tú no vas a ser menos. Además, creo que ya sé cuál pueda ser...
Sacó varias cajas para coger una que estaba detrás.
“Picea, núcleo de unicornio” pude leer en la caja. Me la tendió y yo saqué la varita, mientras le daba una mano a mi madre.
Entonces sucedió. Un suave y cálido cosquilleo recorrió mis dedos y fue ascendiendo por mi brazo, mientras pequeñas chispas anaranjadas surgían de la punta de la varita. Una sonrisa iluminó mi rostro, o eso me dijo después mi madre. Busqué sus ojos, y pude ver en ellos que ella también había sentido algo de esa emoción que se siente cuando sabes que has sido elegida.
Mi madre soltó mi mano y pagó la varita. Salimos las dos cogidas de la mano y en silencio. Yo sabía que tenía algo que no me dejaría jamás, que me acompañaría toda la vida, y que fue a mí a quien eligió.
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Katniss Tyler