Temblaba... Recuerdo que temblaba y todo me parecía inmenso.
La mano que me sostenía me daba la seguridad que buscaba a la misma vez que me arrebataba todo lo que había poseído hasta hace tan poco tiempo. Pero sentía que estando a su lado, estaría segura.
Caminaba entre el gentío sin darme cuenta de si mis pies respondían a sus pasos, sin apenas notar los golpes que chocaban contra mi cuerpo por no alzar la vista del suelo.
Hoy sería el primer día que sostendría una varita con la que la magia podría nacer de mí... Ahora solo faltaba adentrarme en ese paraíso desconocido y comenzar a escribir mi historia bajo el yugo de la magia que me había hecho amarla tanto como odiarla.
Recuerdo la flaqueza de mis piernas cuando mi tutor soltó mi mano invitándome a adelantarme a sus pasos en el desconocido lugar tras cuyo mostrador se ocultaba un hombre viejo pero de infinita inteligencia y sabiduría.
-Señor Niemann... -murmuró a modo de saludo mientras una breve sonrisa curvaba sus labios antes de extender la mano esperando que fuera estrechada.-
-Señor Ollivander...-dijo mi tutor estrechando su mano con firmeza.-
-Es un verdadero placer verle por aquí, señor.- Ollivander fijó su vista en mí y flexionó las piernas con sorprendente facilidad. Posó sus manos en sus rodillas inclinándose hasta posar sus ojos en los míos.
Pude ver las arrugas que surcaban su rostro y las que enmarcaban sus ojos. Sus blancos cabellos caían a ambos lados de la cara y su sonrisa era noble y amable:
-¿Busca una varita para la jovencita, Niemann?- Preguntó observando mis ojos antes de erguirse y posicionarse de nuevo tras el mostrador cuando escuchó la afirmación de labios de mi tutor.
-Va a dar comienzo una gran aventura para la pequeña y la varita es lo único que nos falta para completar su equipamiento antes de pasarnos por la tienda de animales.- Explicó mi tutor mientras sostenía mi mano tirando delicadamente de ella hasta que la soltó cuando me apoyé sobre la plana superficie oscura en la que yacían algunas cajas de varitas y complementos varios entre los que se hallaba una escribanía y varios papeles en blanco y algunos tintados.
-Bien... veamos...-escuché decir al señor Ollivander mientras alargaba las manos para alcanzar una caja de color púrpura que abrió cuando se detuvo tras el mostrador, frente a mí.
Extrajo una bonita varita de madera clara esculpida con detalles en relieve en el mango. Mientras me la tendía, detallaba sus características:
-Castaño. Núcleo de nervios de corazón de dragón. Veinticinco centímetros. Rígida.- Alargué mi mano tomándola con el mismo cuidado con la que me la entregaba él, bajo la atenta mirada de mi tutor sobre mis temblorosos dedos huesudos.
-Símbolo de aprendizaje y conocimiento oculto.
Para las personas vivaces y sensibles ante la compañía, en la mayoría de las ocasiones, por falta de seguridad en ellas mismas, incomprendidas... Personas sensibles e independientes aunque autoritarios. De carácter soñador y constructivo, pueden ser encantadores cuando se les conoce...-
Escuchaba en silencio cada detalle acerca de la varita. Entonces calló y, con la mirada, me instó a agitarla. Con mi torpe inexperiencia, moví la muñeca con la vista fija en ese montón de papeles que, quizás por la suerte del azar, habían captado mi atención.
Todos se arremolinaron en un torbellino movido por una extraña fuerza de aire que los terminó soltando haciendo que estos se disiparan y cayeran en el aire. Algunos se hicieron añicos que flotaron en el espacio. Pude ver el gesto de desazón del señor Ollivander antes de decirme que esa no era la varita indicada para mí...
Me la quitó de la mano y la dispuso de nuevo en su caja apartándola a un lado. Se perdió de nuevo entre las miles de cajas rebuscando mientras murmuraba palabras ininteligibles y mi mirada se posaba en la atenta mirada del hombre que me acompañaría en mi nueva vida, desde hace ya un tiempo, que para mí se volvió eterno.
Volvió con otra bonita caja algo más alargada y de un bonito color azul casi negro. La abrió con suma delicadeza y la sostuvo en sus manos. Con su vista fija en la mía, su voz volvió a hablarme:
-Debe ser parecida... -Escudriñaba mis ojos con acostumbrada certeza, sabiendo que, acertaría enseguida, pues mi tutor me había dicho que nunca fallaba. Me tendíó la nueva varita y la sostuve por la empuñadura mientras me anunciaba cada detalle: -Abeto. Núcleo de pelo de unicornio. Veintisiete centímetros. Rígida.
La observaba con admiración mientras sentía algo extraño. Una rara familiaridad me hacía notar que esa sería la varita que me escogería.
-Pruebe, señorita... -dijo el señor Ollivander dedicando una mirada serena a mi tutor, que aguardaba en silencio a la espera de la confirmación de que esa sería mi varita. Agité esta con suavidad hacia un móvil que pendía de una de las paredes. Sus cuentas chocaron con un armonioso movimiento que produjo un suave tintineo melodioso.
-Símbolo de luz mística. De extraordinario buen gusto, sobria y sofisticada. Afectuosa, a menudo desconcertante, ya que eres bastante secreta e introvertida. Misteriosa e inaccesible Amas la belleza, pero también eres temperamental e intransigente. Te preocupas por aquellos que de verdad te importan. Eres una persona, en general, modesta. Eres muy ingeniosa, de amigos y enemigos, muy confiable. Eres reservada aunque muy leal a tus amigos. Por eso, en muchos momento, podrás comunicarte con facilidad y entusiasmo mientras que, otras veces, se te podrá ver solitaria y huraña, huyendo del mundo...
Posees una fascinante inteligencia ecléctica que te permitirá éxito. Tu originalidad te hará destacar entre los demás, para bien o para mal. Un cierto sentimiento de inferioridad te acompañará casi siempre. Pero cuando poseas un amigo, serás fiel y leal a él. Al igual que te atrairá más la brillante intelectualidad de estos que un interés más allá de lo físico o material.
Esta varita te ha elegido, pequeña, y dudo que la relación establecida entre ella y tú desde ahora, pueda romperse, pues las que poseen núcleo de pelo de unicornio son las más fieles.- Escuchaba en silencio con admiración afirmando a cada palabra sintiendo que ese mágico mundo en el que empezaba a vivir me embaucaría.
Miró a mi tutor cuando este le preguntó por su precio mostrando una sonrisa satisfecha: -37 galeones y 2 sickles, señor Niemann. -Dijo mientras guardaba la varita en la caja después de que yo se la tendiera. Me aconsejó que la cuidara bien antes de entregármela con un gesto amable.
Hecho ya el pago, despedimos al señor Ollivander y salimos de la tienda reanudando nuestro camino por el Callejón Diagón dispuestos a terminar con las compras.
Mi tutor no me soltaba de la mano ni un solo instante, y yo me sentía extraña en un lugar cuyo suelo jamás habría imaginado pensar: -Tu nueva vida ha comenzado a avanzar, pequeña... -Me dijo haciendo que sintiera temor a lo venidero pero sintiéndome sorprendentemente más protegida al saberme en posesión de la varita que me acompañaría a lo largo de mi vida.
Es curioso como algo te puede parecer tan conocido como ignorado, tan certero como extraño... Pero ese día, supe que seguía siendo la misma niña que abandoné a la espera de quimeras lejanas. Y que jamás me abandonaría, pues hoy no acaba nunca. Y ahora era cuando mi "hoy" comenzaba dejando atrás cada "ayer"...
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Liesel Lehner