Fics Spanish HP Fakes

Despierto abruptamente, sentándome en la cama, con el sudor bañando toda mi piel, y el pelo húmedo. Miro a mi derecha. Liam duerme placenteramente, bocabajo sobre el colchón. Meso mis cabellos frenéticamente y me destapo, dejando colgar las piernas a un lado del lecho. Pongo los pies sobre la alfombra y me levanto de la cama, caminando por el suelo que puedo sentir frío en contraste con el calor que desprenden mis pies. Voy hasta el cuarto de baño. Enciendo la luz y me veo en el espejo, pálida como un fantasma etéreo y translúcido flotando sobre el lavabo de mármol color caramelo. Abro el grifo del agua fría y meto mis muñecas bajo este, dejando que el frío del agua sobre la circulación sanguínea consiga que mi baja tensión se estabilice. -Una pesadilla, Verónika... - murmuro, mirando a mi pálido reflejo- Solo una pesadilla... Una pesadilla de tantas, como todas desde aquél día en que todo cambió. Mi mente viaja a aquél día en que el verano estaba tan cerca. Aquella excursión a Hogsmeade sería la excusa perfecta para que esa maldita confitera nacida de muggles se vieran a escondidas en algún rincón de nuestro pueblo. Aquella mañana llegué temprano. Llevaba en mi pequeño bolso con un hechizo extensible la capa Aeterna y la máscara. Me escondí para esperar a Eliza Roberts, la confitera de sonrisa amable y ojos dulces que siempre me atendía con una sonrisa en aquella tienda que visitaba a diario. Había rozado en numerosas ocasiones su mano cuando dejaba sobre su palma el dinero o ella me daba el cambio. Y todas esas veces había temblado por el macabro escalofrío que me producía tocar algo tan impuro y maculado. Siempre le mostraba mi sonrisa más teatral, la más falsa de todas mis sonrisas, tratando de parecer esa mujer amable, modélica, que a ojos de todos resultaba, pero por dentro seguía siendo aquella Señora de Lux Aeterna, aquella orden que vivía en la sombra desde hacía años y que pronto volvería a la luz. En cuanto supe que sus padres eran mestizos, y que todos sus abuelos eran muggles que se dedicaban a profesiones vulgares de sus vulgares mundos, la repulsión era lo único que se apostaba entre su sonrisa y la mía cada vez que entraba a aquél establecimiento, deseando que se pusiera la manopla para coger el pan para que no lo tocara con sus sucias manos mestizas. Pero ese odio se hizo inmenso cuando supe que ella no solo era la confitera del pueblo, la que nos ponía los pasteles y cupcakes en bonitas bandejas con matelitos de papel que parecían de croché, sino la mujer por la que mi hijo, MI HIJO, suspiraba de noche. Levanto mis fríos ojos del agua que cae por mis manos en el lavabo, hasta detenerlos en los fríos ojos de mi espejo. Recuerdo ese día como si fuera hoy. Eliza Roberts salió de la confitería con una sonrisa más radiante que nunca. Cruzó algunas calles del pueblo alejándose de este en dirección al bosque que lo rodea. Yo la seguí despacio, sacando mi capa Aeterna del pequeño bolso de tela, y después la máscara, cubriéndome mi rostro con ella. A través de los orificios de la máscara, aquellos por los que veía mi mundo desde su perfección, la seguí por senderos entre los árboles hasta que se detuvo en un bosque. Matarla por la espalda habría sido demasiado fácil, demasiado rápido. Un Aeterno jamás mata por matar. Nunca mata como un único ejercicio protocolario. Un Aeterno mata disfrutando al hacerlo, porque para un Aeterno el asesinato es un sacrificio en nombre de lo que más ama: su Orden. Por eso la susurré si estaba sola, para que me viera tras ella, como un pájaro de augurio mortal de rojas plumas. Eliza supo reconocer a la muerte en cuanto la vio. Nada más girarse sacó su varita con valentía más propia de un Gryffindor que de una Ravenclaw, pero con un Expelliarmus bastó para arrebatarle esa valentía. Después, al verse indefensa, dio un paso hacia atras. Como todos los pasos que no se dan hacia delante, el suyo resultó un error. Tropezó con una rama del suelo y cayó al suelo. Yo levanté mi varita aprovechando la coyuntura y mi voz se abrió paso a través de los labios plateados que cubría los míos -¡CRUCIO!. Veo en el espejo como la comisura izquierda de mis labios se curva hacia arriba. Una sensación de placer recorre a cualquier mago oscuro cuando un Crucio que surge de su varita, naciendo de sus entrañas, se hunde en el cuerpo de su víctima, transformándolo en un pobre amasijo de huesos, carne, músculos y nervios que se retuercen de dolor mientras el grito intenta manifestarlo sin lograrlo. Yo disfruté viendo ese patético bulto en el suelo, haciendo movimientos erráticos en el suelo, espasmos que convertían su rostro en una mueca que se me antojaba cómica, con las venas de su cuello señaladas, casi translúcidas. Mucho tardé en soltar ese hechizo, tanto que cuando lo hice, respiré con la fatiga propia causada por el cansancio que me había producido tamaño depliegue de poder. La chica apenas tenía fuerzas para nada. Todos sus músculos cristalizados, llenos aún de esos millones de alfileres al rojo vivo. Se retorcía como una serpiente hasta quedar de bruces y empezar a arrastrarse gateando por el suelo. Intenta hablar, pidiendo auxilio, pero apenas lo logra. Río por ver la ruina en que se ha convertido en apenas unos minutos. -¿Dónde está tu sonrisa ahora, maldita mestiza? Le dije. Se puso de frente, pero no dejó de retroceder. -¿Ya no eres tan valiente?... ¡ASQUEROSA SANGRE SUCIA! La chica no daba crédito. Intentó buscar su varita pero esta estaba en mi mano y la tiré al suelo destrozándola con un eficaz hechizo. Empezó a llorar como una asustada niña, retrocediendo hasta dar con un árbol. Aún tiemblo de placer al recordar su cara cuando me quité la máscara porque siempre consideré que el recuerdo más importante de nuestras vidas, es el último que vemos. Cayó en el fallo de preguntar "¿Por qué?" No siempre hay un por qué para matar, ni tampoco a veces lo hay para morir. Solo había un por qué: la Orden del caos, no hay lugar para un Mestizo con una Aeterna como yo. Antepasados puros, Abuelos puros, padres puros, esposo puro, hijos puros... Nietos puros. Era lo que quería para la perpetuidad de mi sangre en esta tierra, porque solo la sangre es lo único que importa, lo único realmente puro y verdadero. Eliza Roberts murió con dignidad a pesar de llorar como si fuera una estúpida. Antes de morir dijo que si iba a morir por amor, moriría sabiendo que era amada. Pero el amor no siempre nos salva. El recuerdo, el último recuerdo de un ser humano, es aquél que no puede contarle a nadie. Por eso es tan importante, casi tanto como el de unos ojos sin vida ante los ojos de aquél que se la quitó. El recuerdo de los ojos vacíos de Eliza apoyada contra ese árbol, hace que mi corazón bombeé con más ganas de vivir que nunca, mientras cierro el grifo cuando las manos se me empiezan a dormir por el agua fría. Me acerqué a ella, cogiendo su rostro en mi mano derecha, volviendolo hacia mí para verme en sus pupilas opacas, vacías, sin brillo, carentes de vida, sin pasado que contar, sin presente ni futuro que vivir. Dicen que en los ojos de la víctima se queda grabada la cara de su asesino. Lo llaman Imago Mortis. Pero es mentira. Con un defodio excavo el suelo. Ayudándome de mi varita arrojo su cuerpo vacío al fondo del foso, al que cae de bruces contra el sucio barro. La tierra volvió a la tierra, engulléndola para siempre. En ese momento escuché un ruido. Miré a mi alrededor, varita alzada, pero no había nadie. Algún animal, tal vez. Paso mis manos mojadas por mi pelo sudoroso, echándolo hacia atrás. Respiro hondo, cerrando los ojos. La muerte de Eliza Roberts pudo haber sido más placentera de lo que fue, si ese mismo día, no me hubieran llamado de Hogwarts contándome que el profesor Slughorn había estado buscando a mi hijo en el bosque cuando se dieron cuenta que no estaba junto al resto del grupo, y que le encontraron desorientado. No hablaba, ni decía nada, tan solo murmuraba cosas ininteligibles y gritaba horrorizado al ver una varita. Había perdido el juicio. Muchas veces me he preguntado si pudo ser posible que Damen viera algo, pero cuando le vi en Hogwarts y me di cuenta de que no me odiaba ni me temía, lo descarté. Tuvimos que traerle a casa y mientras pedíamos ayuda a los aurores, todo se complicaba para mi. Tuve que modificar la memoria de los padres de Eliza Roberts y de todas las pocas personas allegadas a ella, para que no relacionaran a mi hijo con su muerte. Los aurores, por su parte, también buscaron a Eliza, y tuve que modificar su memoria también. Aún así, esta noche, como tantas otras desde entonces, he vuelto a tener esa pesadilla, en la que Damen sabe que yo soy la asesina de Eliza, y que mi acto es aquello que no recuerda y que le traumatizó. Tras relajarme un poco, salgo del cuarto de baño y me dirijo de nuevo al dormitorio. Me meto en la cama, y noto que mi esposo ha cambiado de postura, y que ahora está de costado. Me pongo de espaldas a él, cogiendo su brazo para envolverme con él. Beso su antebrazo antes de cerrar los ojos en busca del sueño de nuevo.


Leave a Reply