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No me gustaba pasear por ese lugar. Esa calle tan oscura llena de criaturas que solo se podrían encontrar en los cuentos de terror. Esa calle, donde la oscuridad te envolvía por cada paso que dabas, por cada centímetro que andabas, por cada ladrillo que sentías debajo de tus zapatillas.
"¿Quién ha traído  a la muggle?". "El ministerio cobrará el crimen, acabarás en Azkabán".
"Esa chica no llega ni a sangre sucia, no tiene sangre". "Los muggles no deben estar aquí, la pena por ese delito debería ser la muerte". Todas esas frases me entraban en el cuerpo como si de cuchillos se trataran. Solo era una niña… una niña de 16 años que no comprendía lo que estaba pasando… una niña que estaba aterrorizada ante los sucesos que habían acontecido en su vida hace solo unos días... una niña que se sentía… se sentía como un monstruo. No podía alejarme de mi tío, agarrándome a él, como si de una garrapata se tratase. Estaba aterrorizada.

 Pasamos un cartelito que ponía "Callejón Knocturn" y llegamos a otro llamado "Callejón Diagón". Entonces, él se paró frente a una tienda. Aquella tienda tenía algo especial.

-Ya hemos llegado…- Dijo mi tío Ferdinard, aquel señor que me alejó de mi mundo por no pertenecer a él.

-¿A… a dónde?- Pregunté asustada.

-A Ollivanders, pequeña-

Ollivanders era la mayor y más prestigiosa tienda de varitas que había en el mundo mágico. La fachada de la tienda parecía estar viva, parecía que hablaba por ella misma. Mi tío decidió entrar en la tienda, y yo también entré, a su lado, agarrada a él como si fuera a caerme, debido al miedo que tenia.

-Buenos… días- Dijo el señor Ollivanders, mirándome de una extraña forma. Su mirada clavada en mi me decía que veía algo especial en mí. -Señor Rosal, ¿Es ella quien creo que es?- Le preguntó a mi tío.

-Exacto señor- Dijo sonriente.

-Pues bienvenidos entonces- Dijo Ollivanders con un gran entusiasmo. -Pase por aquí, señorita…-

El miedo me impedía decir mi nombre. No me podía creer todo lo que estaba pasando. Todas esas historias de magia y hechizos que me habían contado de pequeña. En el fondo siempre supe que eran de verdad. Ese gran secreto que dentro de mí encerrado estaba había sido revelado. Una magia dentro de mí se había liberada, y tenía miedo de que se descontrolara.

-No tenga miedo, señorita. Nunca ha habido ningún accidente en esta tienda… bueno, salvo algunas excepciones…-

El viejo vendedor de varitas me llevó con él  a la parte trasera de la tienda, donde se encontraban montones y montones de cajitas pequeñas. Cuando ya las había mirado todas, una por una detenidamente, cogió tres de ellas.

-Tome… esta- Dijo poniendo una de ellas en mi mano -Agítela- me pidió.

La agité, con miedo de lo que pasaría. Al agitarla, todos los libros salieron volando, chocándose todos contra la pared. En ese momento solté la varita en el suelo y me caí en el suelo. Con las manos, gateé hasta una esquina y me acurruqué allí, aterrorizada, asustada, con miedo…

-¿Qué te pasa, cielo?- Preguntó mi tío.

-No… no puedo tío Ferd…- Dije con lagrimas corriendo por mi rostro- No puedo con esto… es superior a mí…-

-No digas eso… cielo-

-Pero… ¿Pero y si le hago daño a alguien…? Yo no quiero herir a nadie…- Dije llorando

-Y no tienes porque hacerlo, cariño. Eso lo decides tú- Dijo mi tío, acariciando mi rostro y secándome las lagrimas.

La siguiente varita solo hizo que el agua se derramara de un vaso, no fue nada en especial, aunque me sorprendió bastante, pero seguía aterrorizada por lo de antes.

-tome esta… es la ultima- Dijo el señor Ollivanders.

En ese momento, mis pies se elevaron del suelo. Una ráfaga de viento me rodeo y empezó a girar alrededor de mí. Una extraña sensación corrió por mi columna vertebral en ese momento. Era una sensación extraña. Mis pies pisaron el suelo.

-Esa es su varita…- Dijo Ollivanders -Son 13 galeones, pero para usted serán 10, señorita-

Mi cara ante lo que acababa de ocurrir se quedó pálida, más pálida de lo que ya era mi tez. Dejé caer la varita en el suelo y salí de la tienda como un rayo. Todo aquello me superaba. No sabía ni quien era ni lo que pasaría a partir de ahora. Estaba asustada. Corrí hasta el primer callejón que vi y me acurruqué en una esquina, esperando a que todo pasara.


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