Pero también he visto en ellos la neblina de una luminiscencia apagada por el velo del recuerdo.
Un centelleante destello refulge en el verde iris de tus ojos cada vez que tu memoria se hunde en el abismo de añoranza en el que naufragas cada vez que pones en marcha el reloj de nuestra vida. Las agujas avanzan hacia atrás tomando un curso equivocado que te entierra en el mismo lugar en el que yo habito.
Una lágrima parece estar a punto de traicionarte en el momento menos indicado; entonces esta se congela, espera en el lagrimal, titubeante, vacilante, dudosa... aguardando el instante que desatará el nudo que aprieta tu garganta haciendo que todas las demás lágrimas que yacen calladas en la perseverancia del silencio, caigan, acaricien tus mejillas con un tibio y sutil cosquilleo dejando una rutilante estela que marcará un rastro en tu rostro cual si fuera una cicatriz que marcó tu piel tras la lacerante herida que se desangró en dolor sin abrir tu carne, pero dejando la más dolorosa llaga en el interior del alma, pues esas heridas que no se ven, las que nacen en el alma y mueren en él, enmudecidas por el silencio de tus labios, son las que más duelen.
Y entonces cae, tiemblan tus labios y se entreabren dejando escapar tu respiración ahogada por la congoja que te atenazaba y no te dejaba respirar hasta hace tan solo unos segundos que, aunque cortos, se hacen tan eternos como un minuto de sed o un segundo de temor... Cae... cae y recorre tu rostro silenciosa, fría, tortuosa, dulce, etérea, frágil... pero tan dolorosa como una daga atravesando tu pecho.
Tiritan tus manos movidas por el latido acelerado que palpita en tu corazón y recorre todo tu cuerpo sin que apenas puedas notarlo.
Es entonces cuando, tus dedos temblorosos, se alargan al extender tus manos hacia delante buscando el amparo de esa presencia que ahora necesitas. Y no importa si el dueño de esa presencia es por ti conocido: solo necesitas su refugio.
Tus pestañas, ya húmedas, hacen de velo protector contra esas gotas que las perlan y decaen sin que ni siquiera puedan evitarlo.
Lo sé... conozco cada una de esas sensaciones, cada uno de esos movimientos, cada uno de esos susurros del recuerdo, cada una de esas miradas congeladas en el pasado, cada uno de esos instantes que se convierten en eternidad. Lo sé porque lo he vivido en mi propia piel...
Y ahora te miro, me miro, miro al espejo y no sé a quién miro... Y vuelvo a mirar y te veo, miro, y me veo, miro al espejo, y lo veo y, entonces me veo, y te veo y no sé a quién miro...
Ahora no sé si esa que permanece muda, frente a mí, eres tú o soy yo... Me observa en silencio sin apenas pestañear, respira a mi misma vez, mira mis ojos mientras yo los mantengo fijos en los suyos.
Mi tiempo corre junto al suyo, su corazón late con mis latidos, su garganta se mueve a la vez que la mía en un intento por deshacer el nudo que las aprieta.
¿Eres tú o soy yo? ¿Tú eres yo y yo soy tú?
Tan dispares como semejantes... Tan oscuras como luminosas, tan difusas como transparentes... Tus ojos son los míos y mis ojos son los tuyos porque ambos yacen velados por la misma causa.
Nunca he llegado a comprender que es lo que nos diferencia y qué lo que nos hace iguales
Tú me haces tanto daño como yo a ti. Yo te hago tanto daño como tú a mí. Una espina parece estar siempre clavada en nuestra carne. Una espina que daña más que cualquier dolor.
Tu origen y el mío, el mismo lugar...
A veces pienso que abro los ojos con tu despertar y que hablo con tu voz, a veces pienso que son mis brazos los que estrecho cuando te envuelvo a ti, que son tus lágrimas las que resbalan por mis mejillas, que es tu sonrisa la que curva mis labios y son tus dedos los que sienten lo que yo acaricio...
Somos tan opuestas como iguales, dulces y adustas, frías y cándidas, astutas e ingenuas, orgullosas y modestas, altivas y humildes... Tú tan igual a mí, yo tan igual a ti...
Elemental...
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