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ATAQUE EN AZKABAN

Cruzo con paso firme las inmediaciones del castillo Amaranthus, tras usar mi traslador. Todavía quedan algunas horas, por lo que voy directa hacia la biblioteca, para tener la mente ocupada en la lectura. Esta vez camino sin reparar en las obras de arte que adornan os pasillos y las estancias.

Grandes librerías envuelven el lugar, repletas de historia, cuentos y viejos secretos. Cojo un libro cualquiera, con las tapas algo desgastadas y finas hojas de papel, casi traslúcidas y amarillentas. Resulta ser de poesía. Llevo el libro conmigo a uno de los sillones. Abro el libro por una página al azar: Lluvia, Federico Garcia Lorca.

[...] Y son las gotas: ojos de infinito que miran
al infinito blanco que les sirvió de madre
Cada gota de lluvia tiembla en el cristal turbio
y le dejan divinas heridas de diamante
Son poetas del agua que han visto y que meditan
lo que la muchedumbre de los ríos no sabe
¡Oh lluvia silenciosa, sin tormentas ni vientos,
lluvia mansa y serena de esquila y luz suave
lluvia buena y pacifica que eres la verdadera,
la que llorosa y triste sobre las cosas caes! [...]

[...] El canto primitivo que dices al silencio
y la historia sonora que cuentas al ramaje
los comenta llorando mi corazón desierto
en un negro y profundo pentagrama sin clave
Mi alma tiene tristeza de la lluvia serena,
tristeza resignada de cosa irrealizable,
tengo en el horizonte un lucero encendido
y el corazón me impide que corra a contemplarte. [...]

No dejo de mirar el reloj, impaciente, aunque no sé el momento exacto en que sucederá el rescate. Todavía tengo libro de poesía en las manos, pero hace horas que dejé de leer.

No me percato de su presencia hasta que escucho su voz, es entonces cuando me pongo en pie, cerrando el libro.

–Mi querida Abigail... –sonríe.– ¿Buscando en la poesia una guerra de versos?

–Mi señor –saludo con un gesto de cabeza.– En realidad hace horas dejé la lectura, me quedé absorta en mis propios pensamientos –esbozo una tímida sonrisa.– Mientras espero a que el cielo cambie su color al intenso carmesí.

–Pronto, pronto será... –vuelve a sonreir.– Ah... Qué maravilloso sería poder saber en cada momento lo que ocurre...

–Cierto, la incertidumbre esta noche se apodera de cada fibra de mi ser... –No he acabado de hablar cuando la idea aparece clara en mi mente. Abro mucho los ojos al caer en la cuenta.– ¡Cuán estúpida he sido!

–Observa mi reacción, frunciendo el ceño.– ¿Qué ocurre?

¡Necesitamos un traslador, y uno de sus cuervos mi señor! –Las palabras se atropellan en mi boca por salir.– ¡Yo me convertiré en sus ojos esta noche!

–La idea le asombra. Rápidamente ordena a uno de sus elfos domésticos que le traigan un traslador y uno de sus cuervos. En cuanto llega con ambas cosas, me dice.– El elfo puede aparecerse en el barco... Sin necesidad de traslador.

–¿En el barco? ¡Maravilloso! Cómo no se me ha ocurrido antes... Lo siento –Bajo la vista, un poco avergonzada.–

–No hay tiempo para pedir perdón... ¡Rápido! -Dice, eufórico, mientras el pequeño elfo nos observa con el cuervo en las manos.–

Saco la varita y la alzo rápidamente, efectuando el movimiento del hechizo mientras apunto al cuervo.

–¡Oculi Millia!

Me es muy sencillo vincularme con el negro pájaro. Mis ojos cambian y adquiero su visión.

–Traslador –Ordeno.–

El elfo se traslada con el cuervo hacia Cetus mientras Magnus me rodea caminando en círculos, fijándose en sus negros ojos, deseoso de saber que ven mis pupilas en aquellas otras.

Me esfuerzo sobremanera en dirigir todos los movimientos del cuervo, me lleva más de lo que quiero salir del barco. Una vez fuera observo la inmensa y decadente prisión.

–Están dentro –Logro decir.–

Magnus Amaranthus escucha, paseándose nervioso.

–¿Ha funcionado? ¿Les hemos cogido por sorpresa? –Pregunta, ansioso de saber.–

–E-Eso creo, es confuso –Frunzo el ceño. El cuervo bate las alas y no deja de graznar en los pasillos, lo dirijo hacia las voces y ruidos.– Hay.... Hay explosiones

–¡Busca a Niall! –Exclama.–

Cabeceo aceptando la orden.

–Llevan las máscaras, no sé a quiénes seguir –Digo preocupada, mientras observo los oscuros pasillos de la prisión, dónde ya titila la magia de un lado a otro.–

–El dirige la misión, debe estar respaldado por dos... ¡Búscale! -Me apremia, caminando inquieto a mi alrededor.–

–C-Creo que lo tengo... Hay... Hay aurores, están enfrentándose –Sigo con el ceño fruncido, en gesto de preocupación y concentración por igual, mientras el cuervo aletea sus alas, en círculos, esquivando sortilegios y soltando agudos graznidos.-

–¿Hay bajas? –Pregunta, exaltado.–

–Ninguna baja roja en este grupo, al resto no los veo…

Mi señor no deja de caminar, la ansiedad por saber como acabará esta misión no le permite quedarse quieto.

–¡No pierdas de vista a Boswell!

Asiento nuevamente con la cabeza.

–Camina, va en busca de Saxton, supongo. El auror ha caído –Intento no perder de vista ningún detalle, a través de los ojos del negro cuervo en la prisión.–

Ya estoy segura por sus movimientos y andares de que es Niall al que vigilo, como ha ordenado mi señor.

Ignoro que mi señor sonríe triunfante en este momento, pues no le puedo ver.

–La gran gloria se aproxima...

Ahogo un gemido al ver lo ocurrido.

–¡No...! L-Le han dado, el auror sigue vivo... ¡Mierda! –Exclamo nerviosa.– El de la celda es Saxton, ya lo han encontrado.

–¿Han encontrado a Saxton? –Exclama, pues es lo único que le importa– Sigue vivo... –Dice para si mismo, pues al parecer albergaba esa duda que largo tiempo llevaba atormentándole.–

–Sí mi señor, bastante demacrado pero tiene que ser él, estaba parado frente a su celda y parecía decirle algo.

–La fortuna le sonríe a pesar de todo...

Inquiero a la criatura emplumada a posarse entre los barrotes de la celda, los que aún siguen en pie para seguir atenta a los movimientos de mis hermanos, después de que Niall reventara la cerradura.

–¡Ya está libre de cadenas! –Exclamo embargada por la emoción tras ver como le acaba de retirar las cadenas que lo tenían preso a Saxton.–

Nuevamente ignoro que una sonrisa triunfal y de alivio surca el rostro ajado por la edad de mi gran señor. Aunque percibo sus movimientos al oír el leve sonido que producen sus ropas cuando se mueve.

Sigo concentrada en mantener el vínculo con el cuervo y controlar sus movimientos para que no vuele libre y escape, dejando así de ver y resultarle útil esta noche al Gran Maestre, pero ya empiezo a notar como decaen mis energías.

Esta vez hago al cuervo posarse sobre el hombro de Saxton, pues es a él a quien no debo perder de vista, pase lo que pase.

Estoy segura de que el Gran Maestre nota en mi gesto, en mi palidez, en la fina capa de sudor que perla mi joven piel, las señales de debilidad. Pero pienso mantenerme firme cueste lo que cueste. Defraudar a mi señor, a mis hermanos, no entra en mis planes.
Levanto orgullosa el mentón y respiro hondo, como si el aire mismo pudiera darme fuerzas para la tarea.

–Siguen ahí, creo que esperan, no sé a qué...

Sabe que estoy llegando al límite de mis fuerzas, pero me insta a seguir.

–¿Están saliendo?

–Sí, han enviado un patronus y están volviendo al barco. Boswell se ha quedado atrás, puede que espere a alguien.

–¿Están todos?

–Creo que no, pero Saxton está en el barco, y hay otros dos presos, no los reconozco –Comento con algo de esfuerzo, mi respiración empieza a entrecortarse-–

Nunca antes he mantenido el vínculo de esta forma tanto tiempo. Una cosa es compartir la visión con la criatura, y otra el controlarla también.

El gran Magnus siente la tensión, mi cuerpo crispado por la concentración y por la debilidad.

Sonrío al verlos en el barco.

–Están todos mi señor.

–¡LOADA SEA LA LUZ ETERNA! –Exclama, dejándose llevar por la pasión.– Nuestra Orden resurgirá... Más fuerte que nunca.

–La gloria desde hoy es nuestra, la noche y el día, la vida y la muerte –Comento con orgullo.–

El sudor y los temblores se abren paso en mi cuerpo. Me tiemblan las piernas, incapaces de sostenerme ya en pie.
Se acerca a mí, no sin preocupación, pero sintiendo en su fuero interno que no quiere que termine ese instante. Sabe que estoy al borde del desmayo, pero no me pide que pare: soy yo quien debe decidir hasta cuando debo honrar a mi señor, piensa.
Caigo al suelo sobre una rodilla pero alzo enseguida las manos, para indicar que no es nada. Bajo una al suelo para para apoyarme.

–E-Estoy bien –Lucho por mantener el vínculo con el cuervo, a sabiendas de que puedo morir yo y el cuervo.–

Mi rostro enfermizo empieza a asustarle.

–¡Basta! -Acaba diciendo.–

En un último esfuerzo con un entrecortado gemido me yergo en pie cuan alta soy, todavía con oscuros ojos. La vista se nubla y tan pronto como me levanto caigo al suele inconsciente.

Si es la muerte quien me lleva... Ah... Bien habrá valido la pena…

Se acuclilla para comprobar que respiro, alarmado pero no demasiado como para perder la compostura. Llama a sus sirvientes, quienes cargan conmigo, hasta un dormitorio. Mi señor los sigue hasta que me depositan en una mullida cama. Se acerca con su varita, intentando traerme de vuelta.

Presa de la inconsciencia miles de plumas negras pueblan mi sueño. Poco a poco y pluma a pluma van tornándose rojas, bailando dichosas unas con otras.

Mi señor espera impaciente verme despertar.

–Vamos, Hunter…

"Hunter" se repite una y otra vez al son de las plumas. ¿Cómo es posible que graznen si son solo plumas?
Quiero moverme, quiero bailar con ellas. "Hunter" "Hunter" "Hunter" una y otra vez, una y otra vez... "Hunter" "Hunter" "Hunter" ¿Son tan caprichosas que no me quieren entre ellas?

Él se sienta al borde de la cama y coge mi mano, dando un apretón.

Es entonces cuando me percato de que no tengo manos, sino alas; tengo piel, pero cubierta con negro plumaje; no tengo labios, sino un pico tan oscuro que no distingo dónde acaba en el vacío negro que me envuelve, y que no deja de graznar: "Hunter" "Hunter" "Hunter". ¿Por eso no me aceptáis en vuestro baile? Me gustaría preguntarles. Pero no hay respuesta por su parte, sólo baile.

El Gran Maestre se fija en el movimiento de mis ojos, tras los párpados cerrados y aprieta mi mano con más fuerza. Viendo que no obtiene respuesta se sienta en un sillón cercano a la cama, y vela por mí, decidiendo cuidarme durante la noche.

Después de lo que me parece una eternidad en ese vacío oscuro, después de quedarme sin la aguda voz que no ha dejado de repetir "Hunter" "Hunter" "Hunter", después de ver como las plumas rojas han permanecido inmutables en su bella danza, decido entonces arrancarme las negras plumas; ¿Para qué las quiero, si no?

Una a una voy picoteando. Erraba al pensar que en ese oscuro vacío no sentiría dolor, pero aún así me desprendo una a una de ellas.

Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, once, doce, trece... Y las caprichosas bermejas cesan de pronto su danza, quedando suspendidas en el aire. Una de ellas se acerca de pronto, veloz, surcando la negrura, dejando una fugaz estela carmesí a su paso, y entonces se clava allí dónde una negra pluma estuvo, encajando perfectamente.
Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, once, doce y trece, han sido sustituidas negras por carmesíes.

Dichosa me siento al verlas formar parte de mí, y más aún cuando el resto de mi plumaje cambia por completo su color, ahora de un intenso bermellón, al igual que las suspendidas todavía en el aire. Puedo alzar entonces mi vuelo, al tiempo que ellas vuelven a bailar para mí. Batiendo las alas me adentro en su eterna danza y me deshago en un estallido de mil plumas más, que con gráciles movimientos bailarán, al son de un lugar sin tiempo.

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