Miro la hora. En el reloj de la mesilla, ya casi son las doce. Suspiro. Qué largas se hacen las horas cuando intentan encerrarse dentro de cuatro paredes... Pero el tiempo es infinito: no puede limitarse, ni contenerse dentro de una habitación en la que solo cabe la soledad. Pero... ¿A cuantas cosas deja espacio la soledad en un cuarto vacío? Dolor, lágrimas, desolación, ruina... El alma no envejece, pero a veces almas ancianas viven en cuerpos jóvenes que las arrastran cansados. Me levanto de la cama. Me acerco al cajón de la cómoda y lo abro, en busca de ése frasco de poción del que dependo desde hace ya tanto tiempo. Alhena cumplió su promesa. Es algo en lo que siempre se ha parecido a sus padres. Apenas me queda poción para esta noche en el último frasco de poción calmante que me queda. Para colmo, el sanador al que visito decidió hace tiempo no prescribirme más poción, y el vendedor del Callejón Diagón que nunca decía "no tengo" a ningún cliente, resultó ser uno de los que ahora mismo, retenían a mi marido solo las estrellas sabían donde. Vierto la cantidad de poción en una cuchara. Ni media... No será suficiente... Las manos me tiemblan por los nervios y cae al suelo. Una maldición escapa de mi boca, y tiro el frasco contra la pared, con un grito.
Llaman a la puerta, y oigo la voz de Alzir al otro lado de la puerta.
- ¡LÁRGATE! -Exclamo. No quiero ver a Alzir. Ni a Alhena. Ni a nadie. Quiero estar sola
Me siento al borde de la cama. Me paso las manos por los cabellos, echándomelos hacia atrás, sintiendo como las ondulaciones se atascan entre mis dedos. Hubo un tiempo en que jamás habría necesitado a ningún comerciante de pociones para ésa poción. Yo siempre supe hacer mis propias pociones... Yo misma era pocionera. Tenía mi propia tienda en Hogsmeade. No era muy grande, pero tenía un laboratorio amplio y lleno de estantes que Donnovan puso en la pared del fondo, y una pequeña trampilla que accedía a un sótano que usaba de almacén, con una escalera angosta acerca de la cual mi marido siempre decía que era muy peligrosa, y que tuviera cuidado de no caerme porque me podía enganchar los escalones. Casi puedo sonreír al recordar eso. Casi...
Pero aquella tienda se destruyó tanto como mi vida. No volvió a abrir después de aquél día en que todo mi mundo se cayó al suelo con aquellos libros que se escaparon de mis manos... Tiempo después se la vendí al señor Middleton, el cual tuvo que quitar todas las telarañas de mi pasado roto y muerto, el cadáver de lo que fue mi felicidad... El cual sigue viviendo conmigo, pudriéndose un poco más cada día, infestándome el alma con su olor ponzoñoso y ácido, ése que al mismo tiempo actua como una droga que necesito para sobrevivir Recuerdos. Me alimento de recuerdos nocivos, memoria tóxica de un pasado que me atormenta y destruye al mismo tiempo que me da fuerzas para seguir un poco más viva... Un poco más humana.
Levanto la cara.
Al fondo, hay un espejo ovalado en un bastidor de forja. Veo mi cara, la cara de un fantasma anómalo porque sigue encarnado en un cuerpo que intenta ser humano. Me devuelve un rostro que una vez fue mío, pero que ya siento que no me pertenece Un cadáver vivo. Eso soy yo. El cuerpo muerto de alguien que no ha muerto todavía Quito las manos de mi cabeza. Me levanto de la cama y voy hasta el espejo. Me rozo la piel con los dedos. No vieja, pero no joven. No hay arrugas, pero se escapó la juventud. Una piel triste, gris... Tan gris como mi vida, como mi juventud perdida -Drys Dabney... -le digo a la mujer gris del espejo- ¿Quién eres ahora que ya no eres nadie?
Miro hacia la chimenea, galería de recuerdos y museo de pasado al uso, y una fotografía en la que apenas me reconozco.
Mis hijos me necesitan Miro a Donnovan en la fotografía- Qué pensarías tú de mí si me vieras así ahora... -bajo la mirada, avergonzada.
Sé que no lo aprobaría. Que me reprocharía mi cobardía, mi abandono. Noto las lágrimas estrangular mi garganta, con una soga invisible de nudo imposible. Me reprocharía estar ahí, escondida hasta de mí misma... Hundiéndome cada día más en un lodazal sin salida.


Alzir... Mi pequeño y dulce Alzir...




Miro la foto de Miram de nuevo, apartándola de mi pecho. Me seco las lágrimas y dejo la foto junto a las demás. Voy hasta mi tocador y me siento. Me miro al espejo. Cojo un cepillo y cepillo mi melena Cojo una goma elástica y recoo mi pelo a la altura de la coronilla, atando la cola de caballo en el propio pelo, para hacer un moño desvahído pero cómodo. Se avecina una larga madrugada. Me levanto del asiento y anudo el cinturón de mi bata. Salgo del dormitorio y voy hasta la cocina. Tras prepararme un té, salgo al jardín. Me siento en el bordillo, junto a las Siemprevivas, y miro a las estrellas. -Capitán... -murmuro con una sonrisa- Tal vez ahora, estés mirando ésas mismas estrellas... -los ojos se me llenan de lágrimas- Ojalá no estuvieras tan lejos... -intento que la voz no se me rompa. Cierro los ojos y suspiro- Te prometo que voy a ser fuerte, capitán. Si, ésta vez es verdad... Lo prometo. Lo voy a intentar. Voy a intentar salir adelante. Por mí, por mis hijos, y por él... Esté donde esté.