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El chasquido de esa puerta al cerrarse sentencia mi soledad. Vuelvo la vista al frente cuando estoy sola. Todo a mi alrededor es oscuridad y no distingo más que el aire viciado que naufraga en la estancia. Tomando aire, me empujo a mí misma a avanzar en mitad de la negrura imperturbable. Miedo, siento miedo. Quizás por primera vez en mi vida desde aquella en la que me vi sin mi hermana. Ella tampoco está ahora para cobijarme en la seguridad de sus brazos. Pero algo cambia. Más allá, en el fondo difuso que parece no tener fin, un destello parece brillar con luz propia, pues nada podría hacerlo relucir en el negro espacio. Aún con el temblor en mi cuerpo, avanzo hacia allá, temerosa. Poco a poco puedo verlo.
Mis ojos, ya acostumbrados a la oscuridad, ahora se nublan a causa de las lágrimas. Mi tiempo se quiebra, se rompe, todo se resquebraja hasta hacerse añicos.

-Lisbet... -musito en mitad del silencio-. ¿Lisbet? Pregunto aún sabiendo que nadie va a responderme. Su cabello negro cubre su rostro pálido. Su piel blanca es ahora más clara. El dolor me invade. Siento que todo se desmorona y algo se me escapa de mí. Me fallan las fuerzas, me quedo sin nada y todo se cae al suelo, conmigo, con ella, frente al cuerpo vacío que ahora parece tan frágil. Un grito de dolor se rompe en mi garganta cuando las lágrimas se desbordan y mi cuerpo toca el duro suelo que ahora quisiera fuera de fuego para abrasarme en él.

Lo que más quiero, mi vida entera ahora yace sin alma frente a mí y no soy capaz de abrir los ojos, solo gritar y repetir el nombre de mi hermana incesantemente sin obtener respuesta alguna. Ahora me siento desamparada... Desamparada y fría como ella cuando mis dedos temblorosos rozan la fina piel de su mejilla. Abro los ojos despacio y trato de armarme con la fuerza suficiente para arrastrarme hasta ella acortando la escasa distancia que nos separa. Mi cuerpo se arrastra hasta que puedo apoyarme en el suyo y llorar sobre ella, aunque ya sus manos no me consuelen. La tomo entre mis brazos, queriendo verla abrir esos ojos que tanta seguridad y protección me daban. Su pelo negro no me deja vera y aparto los cabellos con sutileza acariciando su tez aterciopelada. -Hermana... no me dejes sola... Yo que tanto tiempo estuve sin ti y ahora me dejas así...Sin más... -Veo caer mis lágrimas sobre su rostro frío, pero ya apenas las siento. Solo siento el dolor de la muerte, su muerte, mi muerte...- Sin ti estoy vacía, Lisbet...


En mi memoria, una joven de hermosos cabellos negros y transparente mirar me sonríe y me dice que
siempre estará a mi lado. Ahora está ahí, vacía y demasiado frágil en mis brazos rotos. -Tú eres mi orgullo, hermana... Tú eres la única persona por la que sé lo que es seguir amando... Acariciando su pelo, la llevo contra mi pecho y le abrazo tan fuerte que me hago daño, pero ya no hay más dolor que ese que ella ha clavado en mi pecho. En nuestro abrazo solo siento frío. Frío... demasiado frío. -Hermana... -digo con la voz quebrada- Tú me has dado el honor... Tú que eres mi tesoro más preciado, no te me vayas así... -beso su mejilla fría- Vuelve a darme la protección de tus manos, vuelve a darme tu voz para no dejar de escucharte... -suplico meciéndole en un abrazo que ya no siente. Pero una voz en mi interior me hace volver a la realidad convenciéndome de que mi hermana sigue viva y que esto es solo una prueba... Una muestra más de que el amor es la magia más poderosa que existe. Aún así, esa tentación, ese dolor que ha causado en mí el dolor más grande jamás sentido, me hace seguir abrazando el cuerpo inerte de quien es mi hermana, mi madre, mi joya, mi todo. Pero es solo una ilusión... "Solo una ilusión, Lynae...". Con esas palabras en mi mente, abro los ojos, que ya han dejado de llorar, y me aparto de ella. Me duele hacerlo, me duele por el hecho de ver a mi hermana así, pero no lo es. Con las pocas fuerzas que me quedan, me pongo en pie y cierro los ojos. -No existes. Todo es una ilusión...

Me mantengo erguida, con esa imagen fría y vacía en mi mente. Pero sé que solo es mi mayor miedo y que no me voy a dejar vencer por ello porque la misma sangre de mi hermana corre por mis venas y eso me enorgullece y, eso, me da fuerza. Abro los ojos y ante mí ya no veo el cuerpo sin alma de mi hermana, madre, orgullo y razón de existencia. Ahora ya no existe el miedo. Ahora ya no hay dolor... Solo el rastro frío de las lágrimas que me desangraban en llanto entre alaridos de dolor y su nombre en mi garganta. Ahora solo veo como mi miedo cambia. Miles de imágenes difusas se retuercen ante mí hasta que algo comienza a tomar cuerpo, nitidez y sobriedad. Algo que se postra ante mí. Ella. Su pálida piel. Sus ojos verdes. Su esbelta figura. Su altivo mirar. Su cabello rojo. Ella. Yo. Siento como si estuviera frente a un espejo. Pero no lo hay. Me muevo y ella no lo hace. No hay cristal que nos separe, no hay reflejo que nos refleje. Me fijo en ella, en mí... En su pecho puedo distinguir un rojo brillo. Es la piedra Asgard. En mi mente todo es confuso, mas siento que he vuelto a vivir. He superado la prueba.


Escucho el chirriar de las grandes puertas abriéndose a mi espalda y yo sigo de pie, en mitad de la negrura.


















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