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Emerick: Mi padre es ese héroe que me rescató de un castillo oscuro donde solo existía el miedo, el frío, el hambre, y la soledad...Por eso me siento envidiable, porque yo no solo tengo un padre: tengo un héroe. Camino por el pequeño pasillo del que hace ya algún tiempo, es mi hogar, ese hogar en el que siento que he vivido siempre. Entro en el salón y me acerco a él.
-Felicidades, papá...-Digo con una sonrisa mientras espero a que te pongas de pie para poder abrazarte mejor.

Guillaume: Cuando oigo esas palabras, todavía no te he visto llegar. Pero cuando de tus labios sale tan melódica voz acompañada de esas palabras, siento que una emocion que no puedo identificar con ninguna palabra del mundo, que no puedo controlar. Las lágrimas llegan a mis ojos, y me pongo en pie para, acuclillándome, rodearte con mis brazos.
-Hijo mío...

Emerick: Te rodeo con mis brazos, esos brazos tímidos que en su más tierna infancia, no supieron lo que era abrazar a un padre, y por eso ahora que lo hago, temo no saber abrazarte como solo tú, te mereces.

Guillaume: No encuentro palabras, solo hechos. La paternidad es un don maravilloso que he encontrado en los brazos de un niño que ya era mi hijo antes de que yo lo decidiera. Te abrazo con fuerza, porque en esta quiero mostrarte todo lo que te necesito conmigo.

Emerick: En tus brazos me siento pleno, lleno de esa vida que me dieron hace tan solo ocho años, pero que en realidad no tenía hasta que tú no me has encontrado, porque solo tú me has dado la vida que yo tanto necesitaba. La vida que tanto anhelaba.
-Te quiero mucho, papi...-Digo aún abrazado a ti

Guillaume: Esas palabras... Esas palabras me arañan el alma con tanto dolor, con tanta felicidad... Cierro los ojos con fuerza para evitar el llanto
-Y yo a ti hijo mío... Muchísimo...

Emerick: Cuando escucho tus palabras me siento pleno, lleno de dicha porque te tengo a ti. Por eso te miro y te sonrío con intensidad.
-Tengo un regalo para ti, papi... Pero no es gran cosa...-Bajo la sonrisa.-

Guillaume: -¿Qué dices? -sonrío, apartándome de ese abrazo que no quiero romper, para poder mirarte a los ojos- Estoy seguro de que si será una gran cosa. -Afirmo con seguridad.

Emerick: Niego torciendo los labios, mientras rebusco en mi bolsillo. Ni siquiera lo considero un regalo. Te miro mientras te doy un muñeco de un granjero de goma muy desgastado, el primer juguete que tuve en aquél sitio tan oscuro.
-Quiero que lo tengas tú...-Murmuro.

Guillaume: Un granjero de goma... Desgastado y viejo, coloreado por el tiempo que lo ha malgastado. Las lágrimas arden gotas ígneas en mi mirada. Con un escalofrío, contemplo ese juguete mientras lo tomo entre mis manos y en vano, trago saliva para desatar el nudo- Hijo mío... Es... Es el mejor regalo que me han hecho nunca...

Emerick: -¿Si?-Sonrío ya que tus palabras me arrancan esa sonrisa, que yo mismo había dormido.- ¿Te gusta?

Guillaume: -¿Gustarme? -miro el juguete. No es solo lo que es, sino lo que representa. Tu infancia, tu soledad, tu miedo tu orfandad... Con las lágrimas en los ojos, te miro- De pequeño, tenía uno muy parecido a este...

Emerick: -¿Si?-Abro los ojos mucho, mientras sonrío.- Yo pensaba que no te iba a gustar... -Frunzo el ceño mirándole.
-Está viejo, papá...

Guillaume: Niego con la cabeza, me siento y palmeo mi regazo
-Ven aquí, Emerick...

Emerick: Me siento sobre tus piernas y paso mi brazo tras tu nuca, mientras te miro en silencio.

Guillaume: -Verás, hijo mío... -me seco los ojos, húmedos por las lágrimas que he contenido a duras penas- Las cosas que amamos de verdad, nunca envejecen, ¿y sabes por qué?

Emerick: Niego sin dejar de mirarte, mientras observo tus lágrimas, esas que tanto daño me hacen.

Guillaume: -Porque a las cosas que amamos, las convertimos en Tiempo. Y el Tiempo, nunca se hace viejo -sonrío.

Emerick: -¿Nunca? -Pregunto abriendo mucho los ojos.

Guillaume: -Nunca, tesoro... Porque... -miro al muñeco entre mis dedos- Las cosas que amamos, se hacen eternas...

Emerick: -Entonces yo te haré eterno a ti...-Digo con una sonrisa y después paso mi mano por tu rostro. Aún en mis dedos, siento la humedad que las tristes lágrimas han dejado sobre tu mejilla.

Guillaume: -No, hijo mío... -afirmo, con las lágrimas aún en mis ojos, a punto de desbordarse- Ya lo has hecho...

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