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-Marie! À ralentir! –la voz de mi madre me resulta lejana y perfecta mientras corro a través del bosque que hay al lado del bosque de mi casa, en Amiens.

Es tan bonito como el de los libros que ella me lee todas las noches. Con una sonrisa de oreja a oreja, comienzo a mirar los enormes árboles con la extraña sensación de que en cualquier momento voy a encontrarme con un fauno, un centauro u otro animal fantástico de los que el libro trata. Aunque sin duda a quien me gustaría encontrarme de verdad, de verdad… es al gran león que habla.

-Marie, s’il vous plaît! Ne pas aller trop loin! –giro sobre mis talones rápidamente, escondiéndome detrás de un árbol mientras observo como su imagen se va formando poco a poco en el bosque. “Parece una ninfa…” pienso mientras me escondo de ella con una sonrisa. Los pocos rayos de sol que se cuelan a través de las hojas le arrancan destellos dorados a su larga cabellera, destellos que iluminarían cualquier sombra. Su figura se ve encajada en un vestido largo y blanco hasta las caderas, en las cuales cae como si fuese una  delicada cascada de color perláceo.

-Wendy… -esta vez es mi padre el que me llama. Aparece detrás de mi madre, abrazándola por la cintura y consiguiendo arrancarle una de esas preciosas sonrisas de amor que siempre le dedica – Wendy, no seas traviesa…

Él me habla en su lengua materna, con voz grave y tranquila. Me llevo una mano a la boca, ahogando una risita que amenaza con salir y delatar mi posición. Verlos así, abrazados de esa manera, me resulta precioso y extraño a la vez. Me separo poco a poco del gran árbol, andando hacia atrás para no perderlos de vista, y cuando creo que estoy lo suficientemente lejos de ellos comienzo a correr de nuevo entre los árboles.

Los árboles, arbustos y plantas parecen difuminarse a mi paso. Noto como la velocidad me acaricia la cara y hace que mi pelo corto se remueva inquieto.

-¡Acabo de oír una rama! –el vasto inglés de mi madre llega hasta mis oídos, obligándome a parar.

Cuando me giro puedo ver a los dos corriendo tras de mí con una sonrisa en la cara y yo, reacia a rendirme en mi intento de huída, suelto un agudo chillido seguido por una risa, reanudando la carrera. A pesar de que soy rápida, al poco de haber comenzado a correr me choco con la figura de mi padre, cayendo al suelo de espaldas.

-Pero bueno…  -me coge de los brazos, levantándome y comenzando a espolsar la tierra de mi chaqueta y mi falda. Mi madre llega al poco, con el vestido arremangado hasta las rodillas para correr. Su semblante es serio cuando me ve. Hago una leve mueca, espero no haberla enfadado. Sólo quería jugar. Cuando llega se agacha hasta mi altura y, en una fracción de segundo cambia su semblante a una de esas maravillosas sonrisas, comenzando a hacerme cosquillas. Yo no puedo hacer otra cosa que retorcerme en sus brazos y reír. Al poco se une mi padre, quien me rescata de mi madre… o eso es lo que yo creía, pues me inmoviliza para que ella siga haciéndome cosquillas mientras comienzan a andar hasta donde teníamos el mantel y la comida para comer.

Para él, todos los días eran “Día de la Madre”. Para mi, también.

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